... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Piedra y la Chica de Ojos Azules (III)

(Si quieres leer el comienzo de este cuento para niños y mayores... lee el capítulo 1 aquí, y el capítulo 2 aquí)

Pasaron los días, las semanas y los meses, y la chica no regresó. Pasaron los años, los lustros y las décadas... y la chica no volvió al Bosque de los Nueve Sauces Péndulo. El bosque cambió pero Piedra continuó allí, bajo la nieve, bajo el calor, el viento y la lluvia de los años venideros. Incluso quieta y resquebrajada seguía sonriendo. Y a su alrededor creció un pequeño bosque de lilas bajas que la miraban.

Sólo una tarde de verano soleada, cuando las hojas de los sauces más viejos aún seguían contando Historias, una anciana vestida de blanco entró en la llanura alfombrada de hierba y de lilas, y sus recuerdos se precipitaron en tropel, como cuando una cascada de agua irrumpe con fuerza por primera vez en un arroyo en calma, o en un lago. Caminó hasta la sombra del Sauce Péndulo más viejo y junto a él vio a Piedra.

Sonrió.

-Lo siento, amiga. Tuve que... iniciar un largo viaje. Pero no te olvidé en ningún momento. He regresado.

Piedra sonrió, y ese gesto hizo que se agrietase un poco más. Y, desde entonces, para la chica, las sonrisas de las rocas nunca pasarían desapercibidas, ni una sola vez más.

-Acabaré mis días aquí, contigo - decía mientras se tumbaba con lentitud en la hierba y oteaba las puntas de las rocas altas-. Es bueno que este refugio apenas haya cambiado. Afuera es todo muy distinto ¿sabes?
Y luego recordó las veces que había hecho lo mismo de pequeña. Y, aunque no soplaba ni una pizca de viento, las hojas lanceoladas del sauce se inclinaron hasta acariciar su cara, y reconocieron a su niña. 

Y comenzaron a volcar de nuevo en sus oídos las Historias que se habían guardado en las últimas décadas.

*foto de aquí.

Piedra y la Chica de Ojos Azules (II)


(Si quieres leer el comienzo de este cuento... pulsa aquí primero.)

Y era cierto, en toda la llanura tan sólo había una roca.
Ésa.
La roca le devolvió un silencio.

-Te has separado de tus hermanas ¿eh? ¿Tú también has venido a escuchar Historias? - acabó preguntando mientras se volvía a tumbar bocarriba en la alfombra de hierba-. Te llamaré Piedra. Ahora... escucha Piedra.

Y allí permanecieron juntas, escuchando el rumiar de las hojas, hasta que pasaron al menos un par de horas. Luego la chica se despidió de Piedra y de los Sauces Péndulo hasta la tarde siguiente.

Así transcurrieron semanas, meses... y cayeron las estaciones, unas tras otras, como las hojas lentas de un calendario de pared, como la leña crepita y se descompone en el fuego de una chimenea, y la chica de ojos azules volvía algunas tardes al bosque a escuchar Historias. A veces la llanura se cubría de un manto de nieve, o de niebla, o de agua de lluvia, y en aquellos días sus ojos se volvían de un gris tan claro e invernal que a veces parecían blancos.

-¿Te gustan las historias, Piedra? - preguntaba mientras seguía mirando hacia las ramas colgantes de los sauces.

Bocarriba, tumbada en la hierba, extendía un brazo y tocaba con la yema de sus dedos las hojas lanceoladas, aunque en ocasiones ni siquiera eso era necesario, sólo tenía que esperar a que el viento sacudiera las ramas y las hojas se balancearan hasta rozar su rostro.

-Me gusta que me hagan cosquillas, Piedra ¿Y a ti? Te hace sonreír. Tú... pase lo que pase, nunca... Nunca pierdas tu sonrisa ¿eh? - decía dubitativa, volviéndose hacia la roca muda.

Y ella nunca lo supo, porque no podía verlo, pero Piedra sonreía. Sonreía aquella última tarde, y había sonreído todas las pasadas en que había visto llegar a la chica.

(el domingo 19... el final)

*foto de aquí.

Piedra y la Chica de Ojos Azules (I)


En una aldea de casas blancas rodeada por montañas vivía una chica de ojos claros, piel nívea y sonrisa tímida. En los días soleados sus ojos eran azules, en los nublados... grises. En las tardes de primavera la chica salía de su casa y bajaba la cuesta del sendero que conducía al Bosque de los Nueve Sauces Péndulo. El bosque se hallaba en mitad de una llanura fresca, limpia y verde, salpicada de lilas, y flanqueado por rocas puntiagudas y altas.

Siempre, cada tarde, al entrar en la llanura, la niña saludaba a los sauces, uno a uno, y se sentaba a disfrutar del frescor de la sombra que daban sus ramas. Allí todo era silencio. Sólo de vez en cuando una suave brisa bajaba de la montaña y peinaba la hierba, tal y como las madres peinan los cabellos de sus hijas, como hilos de seda. Una tarde... un extraño presentimiento hizo que la chica se diese la vuelta.

No estaba sola.
Y era cierto.

Sobre la hierba, a unos metros del último sauce, había una roca.

Era una roca de un tamaño mediano, como un taburete de madera o una cesta de palma para la compra. Era una roca de un color gris claro, pero lo suficientemente pesada como para que la chica no pudiera moverla. Se puso de pie, abandonó la sombra del sauce y se dirigió a ella. Una vez estuvo a su lado preguntó:

-¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Te has caído? - y oteó hacia las rocas altas-. Nunca te había visto antes.

(En tres días, la segunda parte)

foto de aquí.