... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

en suspenso


(Pulsa aquí y escucha Je Te Veux, compuesta por Erik Satie, mientras vuelves a esta página y me lees)

Volví a bajar por la Cuesta de las Calesas en una de esas veces en que el cielo parece un gigantesco manto blanco, opresor. Me ahoga un cielo así, cubierto por una sola nube plana e infinita, me ahoga como una ecuación que me es imposible de resolver, porque no hago otra cosa que alzar la vista hacia esa maldita planicie, buscando un islote del celeste habitual, una rendija por donde lograr escapar de mí.

Bajaba por la Cuesta de las Calesas y olía al Cristo de los Inciensos. Ahora, en pleno noviembre, aconteció para mí una segunda estación de penitencia cuyos golpes de fusta eran los recuerdos en color de cada una de tus miradas, tonos de blues que se volvían sopranos a cada golpe.

"¿Escribes?" rezaba el título del cuaderno de las páginas en blanco. "" contesté, solo, un día antes, en mitad de todas aquellas mesas vacías. Y entre blancos me ahogaba, el del papel y el del cielo cubierto. Como aquel escritor que entró en coma, quedé suspendido. Solo que yo no permanecí ante una mesa, a mitad de camino de la cuesta comencé a elevarme lentamente, levitando, en proceso de descongelación, como un divorcio que se alarga un año tras otro por culpa de la burocracia, o porque uno de los dos aún ama al otro.

Y ascendí, envuelto en el incienso que tanto aborrezco, en busca de una isla celeste, lacerado por el color de tus ojos de blues, como un cristo sin sexo, y en las hojas en blanco de aquel cuaderno quedó un sólo "" de mis labios, impreso.

Un que se repetía en mi ascenso. Sí, sí, sí, sí, sí, sí...

*foto: AdR.

Receta Alcohólica de Azúcar Glas sobre tu Boca



Han pasado varias horas desde que te comiste aquel trozo de tarta. He conducido con él hasta aquí para verlo, para ver cómo tu boca se precitaba sobre él y tus labios quedaban manchados de azúcar glas en mitad del proceso. Ya había conducido otras veces, pero tú no estabas. Ya había atravesado la pasarela y el puente, y superado decenas de controles de alcoholemia. Con tantos 0,0 me hice tan amigo del agente de tráfico que, ya por último, yo le ofrecía unas rayas y él las declinaba amablemente.

Guardo cada una de las boquillas de esas pruebas en un tarro de cristal que compré en Ikea. Va a quedar muy bien sobre el aparador de la entrada. Así, al verlo, recordaré al llegar a casa cada uno de los trayectos nocturnos que hice para intentar verte.

Sólo unas pocas veces llegué a coincidir contigo, en el resto tus trozos de tarta se lo comieron las ratas, o las gaviotas, no me quedé para verlo.

Yo ya no te pido nada, yo voy a seguir bebiendo y engañando al puñetero aparato, pasando controles de alcoholemia con trozos de tarta mudos en el asiento del copiloto pero...
... Yo a lo único que quiero que me contestes cuando nos veamos de nuevo es a si te vas a llevar otra vez esa boca antes de poder besarla.

*foto de aquí

Como una Leve Inclinación en la Mañana de Este Viernes


Como un giro de camino a la izquierda ellos tuercen matutinos, preguntan si alguien ha visto a sus chicas, quieren saber cómo iban vestidas. Como yo, necesito saber cómo vas vestida, todos los detalles absolutos de las prendas que llevas y que te pusiste esta mañana.

Porque a mí me gustan los absolutos rotundos, porque no es lo mismo que me escribas y me digas que tu falda lleva un lazo que fotografiarme el vuelo de la tela sobre el filo de tus muslos, igual que no es lo mismo besarte en la boca que besarte la boca, que es justo el pecado que quiero cometerte.

Como una leve inclinación en la mañana de este viernes voy a descender a tus infiernos, a comenzar a celebrarte este día por debajo.

Sin Tinta ni Papel

 

Seis años después he vuelto a la escalinata de piedra, donde el viento que sube de la playa sopla con más fuerza, donde solía sentarme a escribir, a esperar en vano a que apareciera Samuel, como aquella primera vez.

Seis años después he vuelto a la escalinata de mi pueblo y la he contemplado como un nuevo punto de partida, no como la conclusión de algo que olvidé. Soy más viejo pero me siento más liviano, a pesar de no ser el mismo, llevo cosas tuyas conmigo. Esta vez no llevaba papel donde escribir. Seré escritor, o no, quizás ya no necesite de tinta y papel, quizás mi caso sea uno nuevo, sin tintas, uno inédito, como el mundo que construiría para poder besarte.

Últimamente me decanto mucho por construir mundos. Será porque el real me es insuficiente para volver a verte.

No volví a ver a Samuel, tampoco a ti. Has sido como él, como un personaje de novela que olvidé en un cajón, y debes estar ahí, en toda tu esencia, a la espera de que te saque, te mime, te encuaderne en un recuerdo... y vuelva a leerte, a palparte y a acariciar la piel de tus páginas hasta que mis lágrimas toquen tus bordes, hasta que me remuevas las entrañas. Yo sería sólo tu lector porque, ahora que sé verlo, creo que jamás supe escribirte como te merecías.

Seis años después mis personajes saben que tu recuerdo reciente tiene más fuerza que cualquiera de las historias que escribí para ellos. Quede con ellos mi tinta sobre el papel, quede en nuestro recuerdo mis labios sobre los tuyos, porque esa es la única forma que conozco de escribirte.

*foto de aquí

No Amanecen Los Días Igual


(Hacía tiempo que no ponía un poco de música por aquí. Como hay problemas con la inserción de reproductores lo tengo que hacer así: Pulsa aquí y escucha a The Skyliners con su Since I don´t Have You mientras vuelves a esta página y lees...)

No amanece igual desde la noche que taconeaste acera abajo a mi encuentro, veinte minutos tarde de la hora fijada. Eso duró el mundo que creé alrededor de mi coche y al que empecé a hilar dudas y recuerdos. Cuando te plantaste delante de mí con tus dos besos el ovillo de ese mundo se fundió en un silencio oscuro.

Había mucho de que hablar pero poco que decir.

Y en las horas que nos miramos la luz del restaurante donde cenamos me parecía distinta, como más cálida de lo habitual, como si la translucidez de los haces cobrasen algo de la solidez de mi carne y yo soñara que fuesen mis manos enmarcando tu rostro.

Y ahí me quedé, en un amago tonto de beso de despedida, en un tropiezo de adolescente. Y ahí estabas tú de nuevo, rodeada por otro mundo, otro que yo había formado, esta vez con el tiempo que había pasado desde el primer día en que nos conocimos hasta este instante justo, y que aglutinaba todas las cosas que, por miedo, me había guardado.

Esta vez no voy a desaparecer, porque no me amanecen los días igual desde la última vez que me despedí de ti.

*foto: Marquesina en Cádiz (Acción Poética).