... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

El Fuego de tus Palabras


Que no querías acercarte a una mesa de billar, me dijiste, que tu ex tuvo tal enganche con ese juego que fue motivo de divorcio... y al final has resultado ser una excelente rival, jugando a dos bandas.

También me dijiste que no te gustaba que yo fumase, y lo dejé, por tres semanas, justo el tiempo que tardaste en tirarte a los brazos del que yo creía el actor secundario de esta película. Cuando os vi no tardé ni tres segundos en echar mano de mi pitillera y encender un Marlboro.


Que yo era raro, añadiste al fuego de tus palabras en otra ocasión, que era extraño que estuviera libre y no arrastrase algo de mis últimos cuarenta años, como un hijo de una relación anterior, por ejemplo. Como si tener un hijo me eximiera de algunos de mis actos.

Querida, con o sin hijo... llego muy limpio. Tú... no.

Pero, con todo lo sucedido, tendré que creerte, porque esto va así, porque no hay grises de película, o se te ama o se te odia. Y creyéndote estaría más cerca de amarte, de mi salvación. Así, quizás, evitaría el infierno. Pero, la verdad... no sé qué demonios hacer, porque hasta las llamas, sin ti, me resultan atractivas.

-.-

Esto bien podría tratarse de un extracto de conversación de la novela que escribí el año pasado: El lamentable descenso de Henry Norton. Pero no, tampoco puedo decir que trate sobre mí, sólo es... otro escrito más.

* foto de aquí.

Mundo Desierto (y V): Destino

 

 Antes de continuar lee las otras partes de este cuento: La primera parte, la segunda, la tercera y la cuarta.
Y ahora, antes de empezar... Pulsa aquí y lee con esta canción de fondo de Russian Red.

 Allí permanecía desde otra época, desde otro mundo porque, aun siendo la misma superficie terrestre, el mundo donde había crecido había cambiado tanto que ahora parecía otro. Donde antes se erigía un bosque ahora sólo había arena, rocas... y un mar infinito a sus espaldas.

Y allí, a ese borde del Este del mundo, llegó el pequeño cíclope tras dos semanas de caminata a través de su Mundo Desierto. Y contempló por primera vez el mar, y creyó que era una extensión de su propio desierto de arena y vientos.

―Y... todo esto ¿Qué es? ¿Es un desierto de agua?―se preguntó mirando al mar―. No sé ponerle nombre, qué pena... ¡Cuántas cosas buenas me he perdido!

Y entonces miró con su único ojo al árbol, a lo que tú y yo sabemos que es un árbol, pero que él desconocía, no porque Nuno tuviera un único ojo, ni porque no pudiera distinguir el color verde de sus hojas, sino porque jamás hubiera imaginado que aquello era un árbol. Recordó las palabras del escorpión, aquellas que decían que las cosas aparecen en los momentos menos oportunos.
―¿Eres... quizás... un árbol?

Y como no obtuvo respuesta se sentó a su sombra, a esperar algo, no sabía qué. Pero no importaba, porque en realidad poco importa cómo se llamen las cosas o las personas, o el nombre que le hayan dado nuestros antepasados, o incluso el que queramos darle nosotros en el momento en que las encontramos por primera vez porque, lo que verdaderamente importa, es tenerlas cerca si son agradables. De modo que eso hizo Nuno: mantenerse cerca. Porque es lo que nos suele dar calor, y esperanza.

Y de ti depende continuar esta historia, porque todavía no hay, ni habrá, nada que te impida ponerle un final, tu final, a este cuento.

 *foto de aquí.

Mundo Desierto (IV): Silencio

 Antes de continuar lee las otras partes de este cuento: La primera parte, la segunda y la tercera.

Había transcurrido una semana desde su salida, y se había topado con el Escorpión, luego con la Rosa, con un par de tormentas de arena... y poco más de interés había encontrado en su camino recto hacia el Este, cuando Nuno se percató que ni el viento ni la arena emitían sonido alguno sobre el desierto.

Él ya había conocido el silencio, en ocasiones su Mundo se volvía así, tórrido e inquebrantable, como esos silencios de calor incesante durante su estancia en el poblado, pero lo que sobrevino en ese séptimo día de fuga fue distinto. Soplaba viento, la arena viajaba lenta por las dunas, la luz del sol caía con furia pero... ninguna de esas cosas emitían sonido.

Había llegado a la Barrera Contenedora de Vientos y Tormentas, y no era un muro como decían los ancestros, sino que era... un enorme destello acuoso que flotaba en el aire, como si el cíclope hubiese llegado a la pared de cristal de una gigantesca campana. Y todo lo que él conocía estaba dentro, a su lado. Y al otro lado de ella... todo parecía seguir desierto.

Ya que había llegado allí... no pensaba retroceder. Trató de respirar hondo antes de dar un paso pero el oxígeno parecía haber expirado en aquel extraño borde, de modo que se limitó a avanzar. Dio un paso, dio otro, y atravesó la barrera. Fue así de sencillo, sin un ápice del temor que habían inculcado en aquellos escritos los ancestros.

Y al otro lado de ese extraño muro comprobó que continuaba el desierto, pero en el horizonte del mismo podía distinguir algo distinto, otra luz quizás. Sólo había una manera de averiguarlo.

Continuó caminando.


(espero publicar el final en unos días)

*foto de aquí

Mundo Desierto (III): Rosa

Antes de continuar lee la primera parte de este cuento aquí, y la segunda aquí.

Tras el encuentro con el escorpión Nuno siguió caminando, y era un sendero el que trazaba, hacia el Este, muy repetitivo. Todo se limitaba a subir y bajar una duna, para luego seguir haciendo lo mismo con otra, y otra, y otra... El desierto era como una sábana gigantesca de una infinita cama deshecha, pero, al fin y al cabo, una sábana preciosa, peinada a la perfección al antojo de los vientos.

Transcurrieron unos días, sin otra cosa que hacer que subir y bajar dunas, cuando al amanecer del sexto día el pequeño cíclope encontró algo en su camino.

―Hola―dijo esperando que aquello hablara, pues no sabía qué podía ser.
Una ráfaga de viento serpenteó baja y levantó un remolino de arena de una duna cercana.
―Hola―volvió a decir.
Y la flor no contestó. Porque aquello que había encontrado Nuno y que había crecido en mitad de aquel Mundo Desierto era una rosa de color azabache y arena, tostada por el sol de aquella mañana. Pero él no lo sabía porque nunca había visto ninguna flor, así de triste había sido su vida. Aquella era una espléndida rosa del desierto, que había crecido allí, en mitad de la nada, sin agua. Porque a veces ocurría maravillas como aquella en nuestras vidas: que crecemos y nos abrimos camino en territorio adverso, por encima de cualquier cosa, sacando fuerzas de donde creemos que ya no hay nada.

"¿Será esto un árbol?" se preguntó Nuno. Pero descartó la idea al comprobar que no poseía ningún color que desconociera. Y los árboles, eso había leído, tenían hojas verdes. Además, no había atravesado ninguna barrera contenedora, aquella de la que hablaban Los Ancestros. "¿Cuánto quedará para llegar a ese límite del desierto?" se preguntó.

Y nadie... ni la rosa ni el viento le respondieron.

(continuará)

*foto de aquí.

Mundo Desierto (II): Scorpio



(Lee la primera parte de este cuento aquí)

Esperó a la madrugada, Nuno se escabulló de su habitación mientras los ronquidos de su padre hacían combarse las vigas más viejas de la cabaña. Había pensado salir a lomos de una lombriz de Las Arenas, y eso hizo, tomó las riendas de una que la Guardia dejaba dormitar en el exterior de los establos y emprendió la huída. El pasado día el viento del oeste había comenzado a soplar con fuerza, de modo que había decidido dirigirse hacia el este.

Al amanecer ya había dejado atrás un par de aldeas abandonadas cuyos habitantes se habían convertido en estatuas de piedra, pues éste era el destino final de todos los cíclopes cuando llegaban a la edad de mil años. El sol había tomado cierta altura y ya comenzaba a dorar las dunas del color del pomelo. Pero esta comparación, la del pomelo, sólo nos sirve a nosotros, ya que ni Nuno ni ninguna criatura de Mundo Desierto había visto nunca un pomelo, o una naranja.

Nuno le ordenó a la lombriz que se detuviera y le dio instrucciones para que regresara al Poblado. Había decidido continuar a pie porque desconocía los peligros que podría encontrarse a partir de entonces y no quería poner en riesgo la vida de su montura, apreciaba la vida de la lombriz, y la de cualquier animal, tanto como la suya, y jamás se perdonaría que otros la perdieran por una mala decisión suya o por cualquier capricho.

Apenas había caminado unos metros se topó de frente con un escorpión.
―¿Qué haces?―preguntó el arácnido.
―Camino.
―¿Huyes?
―No huyo. Busco...―dudó un instante―un árbol. ¿Sabes qué forma tiene?
―¿Buscas? No lo hagas. Las cosas aparecen en los momentos menos oportunos y acaban teniendo la forma que tú quieras darles. Mírate, nadie me hubiera dicho hace un momento que aparecerías de detrás de esa duna. Estás perdido.
―No lo estoy, camino hacia el este.
―¿Por qué? ¿Te has hartado del otro lado del Mundo?―insistió el escorpión. 
―Sí, camino porque quiero ver un árbol, porque aquí el tiempo parece transcurrir en círculo. Mira todos estos granos de arena. Cuando el viento sopla hacia el oeste los granos viajan con él, cuando ese viento cesa y el del este gobierna los granos vuelven a su lugar de origen. Y lo mismo ocurre con los demás vientos, que todo lo mueven, todos los días, pero todo parece estar siempre en el mismo sitio ¿Sabes a qué me refiero? Así estamos todos, parecemos granos castigados dentro de un reloj de arena que nunca cesa de dar vueltas, y yo estoy harto de eso... Quiero ver cosas nuevas.
―Tú eres muy complicado―dijo el escorpión. Decidió no picarle, pues no le gustaba la carne de cíclope, así que comenzó a escarbar con sus patas hasta enterrarse y desaparecer bajo la arena.

(continuará)

*foto de aquí.

Mundo Desierto (I): Nuno

 

―Es muy simple, Nuno. No vas a poder encontrarlo porque... sencillamente, no existe. Eso sólo ha estado en la imaginación de los Hombres Antiguos. Son patrañas de cuento, locuras de antepasados. Y no vas a ir a ninguna parte, no hablemos más del asunto.

Así de rotundo había sido su padre una vez más. Y Nuno volvió a su habitación de barro, piedra y arena, pensando que quizás él tenía razón, que no había nada más allá del Poblado Central, sólo algunas aldeas abandonadas y, en la frontera del Desierto, la barrera circular que los rodeaba, la Contenedora de Vientos y Tormentas, separando como un muro aquel Mundo Desierto de aquello que hubiera detrás, la Nada, como así la llamaban desde antes de que su padre o su abuelo nacieran. La Nada o todo el caos y catástrofes, cuales fueran que pervivieran tras ella.

Pero él lo había leído. Había leído con su único ojo los grabados de la Piedra Ancestral, y los Antiguos habían dejado por escrito que existían maravillas más allá de aquella barrera contenedora. Y entre ellas... árboles, con hojas de color verde. Y Nuno desconocía cómo podría ser un árbol, o una hoja, porque nada más se decía sobre ellos en aquella piedra. Ni tampoco podía imaginar cómo sería el color verde. Su mundo se reducía a una pobre gama de tonalidades de arenas y piedras. Todo era oscuro y ceniciento, y mecánico, hasta el impulso sexual del acto de amar de los seres vivos de aquel Mundo Desierto se llevaba a cabo por imposición, por costumbre.

Procreaban por miedo a la extinción, no por amor, y el miedo no es un agradable compañero de viaje, ni siquiera para los cíclopes.
Al menos... eso había pensado Nuno siempre.

(continuará)
*foto de aquí.

Ya está ¿para qué más?


Iba a empezar un nuevo relato con la frase "Me gusta más tu pelo a lo salvaje, encrespado, sin líneas rectas que lo gobiernen" pero... ya está, mejor lo dejo todo así, imaginando que me mudo a tu exquisito desorden y todo empieza a arder ¿Para qué voy a añadir más?

*foto de aquí.

Guardo Un Grato Recuerdo


Todavía no sé con exactitud qué fue lo que te escandalizó tanto de mí, si la forma obscena en que te acariciaba las ingles y te metía los dedos por debajo de la mesa, en aquella cena de amigos, o el haberte comido la boca, mientras nos miraban los camareros, de camino a los baños de aquel restaurante.

De todas formas... guardo un grato recuerdo. Para mí, estar contigo, resultó ser como caminar levitando a diez milímetros del suelo y faltarme, a la vez, tan solo un metro para rozar la parte más baja de las nubes.

Para ti no. Para ti no sé lo que significó, pero creo que fui... tu capricho de varias noches, un deseo adelantado de temporada alta. Yo fui, quizás... ya nada.

No me importa. Guardo un grato recuerdo de todas las veces que lo hicimos. Una vez te levantabas para ir al baño yo dulcificaba la luz del cuarto y fotografiaba la cama deshecha, aunque a mí me gusta decir que estaba perfectamente acabada, a tirones, a gemidos, las sábanas guardaban las formas perfectas de todos los recorridos que hicimos.

A veces miro esas fotografías, me recuerdan la trayectoria de tu pelo alborotado, me recuerdan todo lo que fuimos.

*foto de Luis Carrasco (Flickr)

Si Por Mí Fuera...

 
Lo intento pero... ya no consigo romper el silencio del primer café de la mañana con tus buenos días.

No estás.

Y ya no recuerdo en qué punto nos perdimos.

Pero quiero que sepas que, si por mí fuera, no me quedaría ni un milímetro de tu boca por comer en cada una de nuestras nuevas despedidas.

*foto de aquí.

No Me Importa Que Estés Rota (y 3)


(Puedes leer la primera parte de este escrito, la segunda, o bien puedes pulsar aquí, y oír Don´t Worry 'bout Me en la voz de Billie Holiday mientras sigues leyendo esta última parte)

Ya está. Ya no hay vuelta atrás, la normalidad está rota, como nosotros. Es como la caída del último reguero de arena del reloj que acabo de poner en la vitrina del salón. Los relojes de arena tienen eso, al principio parece que el tiempo atrapado en ellos corre muy lento, sin embargo el final... suele ser precipitado, como los buenos finales. Así ha sido nuestra historia, y así nos hemos mirado de cerca, otra vez. Pidiendo en aquella barra espiraste tu aliento en mis labios y mi arena se precipitó.

De tu lengua a la mía sólo distaban unos milímetros de deseo, los rompimos.

El resto ya lo conoces. Pieles resquebrajándose. En las noches venideras ya no tendrás que imaginarme, bastará con pasar la punta de tus dedos por el borde de tus labios, y relamerlos, para recordar en ellos el sabor y la textura de nuestros besos. Y yo haré lo mismo, rememoraré la veneración que te profesé arrodillado ante tu sexo.

Nunca me importó que estuvieses rota, pero... como dice la canción... 'No te preocupes por mí, sólo olvida lo sucedido esta noche, sé feliz, y seguiremos siendo amigos'. O no.

*foto de aquí

No Me Importa Que Estés Rota (2)

(Lee el comienzo, si quieres, aquí)

Te pedí que siguieras mirándome, lo has hecho, y ha sucedido. Entre esa forma que le das a tus labios en descanso y esos ojos del color de la miel tostada que tienes... has acabado rompiéndome. No es necesario que hagas nada más, pero igual no te has percatado, porque yo no adquiero un tono de gravedad cuando ocurre, suelo sonreír.

Sonrío, te miro, miro hacia otro lado y... ahí me quedo. Quizás no te has dado cuenta, digo quizás porque... a veces soy tan transparente que podrías ver a través de mi piel cómo mis órganos se deshacen a cámara lenta, como las hebras de lino de un viejo manto.

No me importa que estés rota. A mi forma... yo también lo estuve, a tu forma... me acabas de romper. Y me gusta, porque la normalidad aburre, y la normalidad es sentir tu boca bajo este calor a tres puños de la mía y no poder besarla.

La próxima vez... hagamos lo imposible por quedarnos a solas. ¿Es que no lo estamos deseando?

*foto de aquí.

No Me Importa Que Estés Rota


¿Qué te crees? ¿Que no me he dado cuenta de la forma en que me miras esta noche? No me mires más así, tras decirme que estás rota por dentro. Sé que el pasado te pesa y la piel que ya no te acaricia te arde. Aun rota y todo... te has vestido esta noche, te has subido a unos tacones y... ahora estamos aquí, los dos, averiguándonos las miradas.

Hasta rota, como tú dices, comenzaría por tu boca, como si fuera mi primera vez y la tuya, y cuando calme mi hambre de saberte conocida pasaría las yemas de mis dedos por la superficie curva de tus hombros desnudos. Trazaría pequeños círculos. Es una de las pieles que él ya no te toca ¿verdad? Al menos no así.

Te mentí, te dije que no me mirases más esta noche pero... tú sigue. Rómpeme, y no pares de hacerlo.

*foto de aquí.

Como el Fuego adentrándose en el Mar (revisitación)


Pasan los días y sigo ardiendo en ti, lo hago a través de las palabras que te escribí, o quizás sólo a través del sello de lacre rojo que quemé sobre la carta doblada que tomaste de la bolsa. Cada doblez que realicé desprendió una llamarada inofensiva sobre el papel, inofensiva también para tu piel y mi piel, pero capaz de abrirse paso y adentrarse en tu mar, capaz de beberlo, de convertir su área en un desierto tan desnudo como tus pechos.

Hoy... aún seré en mis labios... tu fuego, mañana quizás te pida estar debajo, eso implica que tú vuelvas a ser mi fuego, como la última noche, yo seré tu mar.

*foto: ¿?

Como Dos Granos de Arena


(Lee mientras pulsas aquí y oyes de fondo a Annie Lennox con su I Put A Spell On You)

Ya te lo había advertido, que esto era distinto a todo lo que habías visto antes, no tiene nada que ver con las demás cuestas que has subido. Y como sé que te gusta subir cuestas... por eso quería traerte aquí, porque la belleza de esta duna es... como la tuya, como de otro planeta.

Ahora llegaremos a la cima, y nos revolcaremos entre toda esta arena, como si fuéramos dos gigantescos granos dentro de un reloj de cristal que se acaba de romper, y caen, uno encima del otro, rodando como corazones de piedra en un indescriptible baile bajo este sol de Bolonia.

Y el grano que soy yo me detendré en tu sonrisa cuando nos encallemos en la ladera, y recordaré en ese momento lo rápido que fue empezar a quererte y lo lento que me resulta separarme de ti, porque no lo he hecho, porque, aunque estemos aquí, juntos, una parte de mí todavía sigue de pie sobre aquel andén de nuestra primera despedida.

*foto: AdR, atardecer sobre la duna de Bolonia.

No Hay Día Gris...


-¿Ves? No hay día gris, en todo caso... mal enfocado.
-Pues ven, acércate, y enfócame el día con tu desnudez.

(Y así es como se empiezan a romper los relojes)

*foto de aquí.

Otra Vez Esa Sensación...

 

-Otra vez tengo esa sensación, como la de la otra noche.
-¿Qué sensación?
-La de querer coger el coche en mitad de esta madrugada, llegar a tu casa y sentarme en el borde de tu cama. Y hablar contigo en voz baja mientras sigues tumbada. Echarme frente a ti, y seguir hablando hasta que se nos cierren los ojos del cansancio, y nuestras voces ya no parezcan voces, sólo sean resuellos de la respiración... con formas de palabras.

*foto de aquí.

Sobre el Falso Ímpetu de Callarme la Boca

 

Ya no debería decirte más lo que me gusta tu boca, ni que me tienes desarbolado, como el tramo de mar que va desde donde rompen las olas hasta la orilla en un día ventoso.

Empiezo desarbolado y queriendo huir en varias direcciones, como el vuelo de una bandada de pájaros cuando disparas contra ella, como la espuma de mar embravecida, que comienza montando a punto de nieve en la cresta y acaba acostándose temblorosa en la arena, como las crines blancas de una yegua muerta.

Empiezo desarbolado y así acabo, como las crines, y agotado por tener tu boca cerca y tener que aplacar en alcohol el ímpetu de callarme la mía y comenzar a comértela.

Me juré no volver la vista atrás, hacia tu boca, y no decirte nunca más lo que me gusta ahogarme en ese extraño presentimiento en el que tus labios me dejan la razón como cabellos ardiendo en llamas negras.

Me lo juré por mi cordura, maldita sea.

*foto: AdR (Cádiz, hoy)

El Final de Nuestra Historia

 
Y el final de nuestra historia se ha reducido a sólo esto:

Mientras tú sigues tirando puñales
yo pinto paredes del color de una playa,
de las pieles que nos tocamos.

Tu reloj ha marcado la hora de olvidarme.
Míralo...
... de una puta vez.

Es hora de que yo salga del agujero donde me dejaste
y tú te apartes del borde
y regresemos.

Tú a tu botella,
yo a darle cuerda al reloj de mis besos.
Otra desatará mi tempestad de arena,
Otra, tú... ya no.

*foto de aquí.

Corazón Art Déco


"Pero... ¿Cuánto dura el enamoramiento?" preguntaste.

Y puse cara de no saberlo pero, en mi incorregible ímpetu de querer responder a todo, pensé que dura un poco más de lo que se alargue la imposibilidad de estar con la persona deseada. Aunque en realidad no tuviera ni puta idea, porque tengo el corazón como un jarrón art déco que se ha caído al suelo varias veces. Bueno, algunas me lo han tirado, no ha sido un descuido de los míos. En cualquier caso siempre acababa hincado de rodillas, recogiendo los trozos.

De modo que ahí está, para ti o para la que lo quiera... Mi puñetero corazón art déco, latiendo aún con fuerza, luciendo como un vaso de René Lalique. Aunque esté pegado, reparado y huela a pegamento seco sigue siendo el mismo corazón que se desbocó cuando con 13 años comenzó a gustarme la sonrisa de aquella chica, ahora sus colores han perdido la iridiscencia primigenia. Los de mi jarrón digo, la chica sigue pintando de colores su sonrisa treinta años después, como nunca podría haber llegado a imaginar.

Bueno, ya lo sabes. La fibra sigue ahí, no sé si va a vibrar contigo. Yo, por si acaso, sigo teniendo a mano papel y pluma, eso siempre. Y si es necesario volveré a hincarme de rodillas, bote de pegamento en ristre, por si se me resbala el jarrón o se te ocurre la jodida idea de pasar de mí.

*foto de aquí.

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte (III)


(Puedes leer las dos primeras partes de este relato aquí(I) y aquí(II), o pasar de ellas,
pero antes de seguir leyendo pulsa aquí y escucha de fondo I Hate You but I Love You de Russian Red, que es lo que me ha venido a la cabeza esta tarde mientras escribía)

Te vi. Fue ayer.

Pero fue extraño porque nos separaban unos diez metros y esa distancia nada tenía que ver con el espacio, yo lo notaba tiempo. Era como en aquella película de los ochenta, la que cuenta que un hechizo ha caído sobre dos enamorados y están destinados a no encontrarse nunca en sus formas humanas, porque cuando se pone el sol él se transforma en lobo, y ella durante el día es un halcón. ¿O era al revés? Ya no me acuerdo, da igual.

Y da igual porque hace décadas que no veo esa condenada película ni ninguna que desprenda un ápice de romanticismo. Me he vuelto tan práctico que los detalles románticos los he relegado a las formas, no a los contenidos.

Por ejemplo, si tengo que sellar una carta que te he escrito... no la meto en un sobre, uso cordel sobre el papel doblado y quemo lacre rojo para el sello, hasta hacerlo arder, porque me gusta sellar mis palabras a fuego, que la llama caiga con cada gota de lacre hasta el papel. Cuando ves la carta, a primera vista, podrías incluso pensar que soy un loco y que voy a pedirte matrimonio pero cuando abres y lees te encuentras con mi número de teléfono seguido de un "llámame, llevo semanas buscando tus labios, joder".

Antes yo no era así. He sufrido una evolución bastante jodida.
Ya te encontré. Fue ayer, y no sé qué me pasó pero me fui sin decirte nada. Así que, una de dos, o además de perder el romanticismo me he convertido en un capullo o lo mío por ti, tal y como vino a mí...
... se esfumó.

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte (II)

 (Lee la primera parte de este relato aquí. Y si no quieres... da igual, también puedes leer esta parte en solitario)

Antes de comenzar será mejor que pulses aquí para oír a Billie Holiday acompañándote en la lectura. 

Esto me está resultando más difícil de lo que pensaba. No es como elegir de qué color pintar una pared, o decidir entre varias cuberterías y mantel. La aguja del giradiscos volvió a su sitio y la música jazz, que arrastraba ese característico sonido sucio de fondo, cesó. Luego devolví con sumo cuidado el vinilo de 1950 a su funda, porque yo soy así, trato a las cosas valiosas como te trataría a ti. 

Cogí dos de mis libretas con páginas en blanco y volví a salir a buscarte, esta vez dejé pasar dos días desde mi último intento. Pensé que... si aquella camarera te hubiese hablado de mí, verme aparecer dos días después te parecerían un tiempo prudencial, y no formarían el abismo de una semana por el que se pueden precipitar los recuerdos.

Desde el otro lado de la calle el restaurante me parecía una isla sombría, tan inalcanzable como el sueño de encontrarte. Porque de nuevo oteé el horizonte de las mesas y no estabas, de nuevo el azar me había precipitado a las entrañas del turno de la otra chica. 

Me senté, le pedí que me sirviera algo de lo que no tenía ganas y escribí y bebí sin levantar la vista de las páginas. Y aquí sigo, en la jodida encrucijada. Y no sé qué camino tomar, si el que me dice que siga persistiendo en tu búsqueda o el de darme por vencido, quizás tu recuerdo ya se haya olvidado de mí. El mío de ti... no puede.

*foto de aquí.

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte

 
(Pulsa aquí y deja que Dizzy Gillespie te guíe en la lectura con su Girl of my dreams)

He estado buscándote en aquel lugar donde servías platos. No creas que volví al día siguiente de verte por primera vez. Antes de hacerlo esperé una semana, y es extraño, porque nunca olvido una cara, pero esa condenada semana resultó ser el tiempo suficiente como para olvidarme de algunos de tus rasgos, pero no de la increíble sensación reconfortante que significa estar a tu lado, o de esa bonita forma en que movías tus labios cuando me hablabas.

Volví al lugar donde servías esos platos. En tu lugar había otra chica, no se movía como tú entre las mesas, ni con tu sonrisa ni con tu gracia. No me preguntes cómo supe, sin recordarte, que no eras tú, pero me conozco y sé reconocer mi hogar cuando me doy de bruces contra él. En tu sonrisa estaba, mi acogedor hogar, y también lo reconocí en esa jodida manera que usaste para seducirme con un guiño y una nube de humo.

Una putada, porque con lo que odio el tabaco... el humo, viniendo de ti, me pareció una caricia y el guiño un gancho de izquierda partiéndome la cara.

Esto no puede quedar así. Volveré a buscarte el próximo fin de semana.

*foto de aquí.