... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Mundo Desierto (I): Nuno

 

―Es muy simple, Nuno. No vas a poder encontrarlo porque... sencillamente, no existe. Eso sólo ha estado en la imaginación de los Hombres Antiguos. Son patrañas de cuento, locuras de antepasados. Y no vas a ir a ninguna parte, no hablemos más del asunto.

Así de rotundo había sido su padre una vez más. Y Nuno volvió a su habitación de barro, piedra y arena, pensando que quizás él tenía razón, que no había nada más allá del Poblado Central, sólo algunas aldeas abandonadas y, en la frontera del Desierto, la barrera circular que los rodeaba, la Contenedora de Vientos y Tormentas, separando como un muro aquel Mundo Desierto de aquello que hubiera detrás, la Nada, como así la llamaban desde antes de que su padre o su abuelo nacieran. La Nada o todo el caos y catástrofes, cuales fueran que pervivieran tras ella.

Pero él lo había leído. Había leído con su único ojo los grabados de la Piedra Ancestral, y los Antiguos habían dejado por escrito que existían maravillas más allá de aquella barrera contenedora. Y entre ellas... árboles, con hojas de color verde. Y Nuno desconocía cómo podría ser un árbol, o una hoja, porque nada más se decía sobre ellos en aquella piedra. Ni tampoco podía imaginar cómo sería el color verde. Su mundo se reducía a una pobre gama de tonalidades de arenas y piedras. Todo era oscuro y ceniciento, y mecánico, hasta el impulso sexual del acto de amar de los seres vivos de aquel Mundo Desierto se llevaba a cabo por imposición, por costumbre.

Procreaban por miedo a la extinción, no por amor, y el miedo no es un agradable compañero de viaje, ni siquiera para los cíclopes.
Al menos... eso había pensado Nuno siempre.

(continuará)
*foto de aquí.

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